Un fragmento de un manuscrito medieval de incalculable riqueza
Biblia de Hamilton, Nápoles, hacia 1350
Un libro como éste era un bien preciado a lo largo de los siglos, un testigo de la cultura del pasado, un regalo para la vista de oro y colores y recordatorio al mismo tiempo de una gran época.
El hecho de colocar una miniatura así al final del texto resulta sorprendente, dado que el miniado de libros de la Edad Media suele resaltar casi siempre el comienzo, el incipit. En una preciosa tira bordada que ofrece espacio para escudos y motivos vegetales, aves y exuberante decoración en oro, aparece cuatro veces el mismo anciano barbudo orientado en diferentes posiciones hacia la ilustración. Se trata de San Juan, el autor del Apocalipsis, y conocido también en la tradición eclesiástica como el Evangelista, al que por lo demás se solía representar como una figura joven a los pies de la cruz de Cristo en el Gólgota.
A diferencia de lo que ocurre en las pinturas, la sucesión de escenas de la Biblia Hamilton tiene que insertarse con toda su exhuberancia en la superficie disponible, que resulta siempre muy pequeña, incluso en el caso de un libro tan espléndido. La nueva Jerusalén, de color dorado, constituye el punto final de la representación. Se eleva arriba a la izquierda de forma paralela a la imagen, por encima del estanque de fuego rojo como la sangre, como la ciudad amada de Dios.