Un suntuoso códice para un famoso personaje histórico
Un auténtico bibliófilo
La legendaria biblioteca del Duque de Berry fue conocida y admirada por sus contemporáneos gracias a la alta calidad y la profusa decoración con la que contaban la mayoría de sus volúmenes. Jean de Berry fue, por encima de todo, famoso por su condición de coleccionista bibliófilo y apasionado por las artes, puesto que comisionó un elevado número de obras de arte, incluyendo manuscritos iluminados de incalculable valor. Fue mecenas de los iluminadores más exitosos de su época y buscó infatigablemente los mejores ejemplares que hubiese a la venta. También llegaron a sus manos muchos manuscritos en forma de presentes por parte de familiares y amigos. En total, se calcula que su biblioteca comprendía unos 300 manuscritos al final de sus días; pero no sorprende tanto el número como la suma calidad y la exquisita decoración de la mayoría de ellos.
Tres autores para un encargo especial
Las bellas horas fue, sin duda, su libro más personal. Para un encargo de semejante importancia contó con los iluminadores más famosos de su tiempo: los hermanos Pol, Herman y Jehanequin Limbourg. Criados en el barrio artesano de la ciudad de Nimega (Países Bajos) durante el siglo XIV, trabajaron durante un tiempo al servicio del Duque de Borgoña, hermano del Duque de Berry. Cuando el primero murió, Jean de Berry les ofreció puesto como artistas en su corte y les encomendó la tarea de llevar a cabo la magnífica decoración del las ‘Belles Heures’. Sin la perfecta y fructífera combinación del talento de estos tres artistas, junto con la generosidad insuperable de su patronazgo, esta verdadera obra maestra no habría visto nunca la luz.
Abundancia de oro y color en honor al Duque
Los lujosos elementos que componen Las bellas horas son la razón por la que esta pieza única ha sido encumbrada entre los mejores manuscritos miniados medievales. Cada una de sus páginas, rebosantes de color, se enmarca en una filigrana conformada por más de 500 pequeñas hojas doradas.
Pero la decoración más sobresaliente se encuentra sin duda en sus primeras páginas, que sirven como introducción al Oficio de la Virgen y al Oficio de Difuntos. La exuberancia que presentan es extraordinaria incluso para la biblioteca de un duque: sólo hemos de reparar en la perfección que alcanzan sus iniciales, pintadas en rojo, azul y brillante oro, los colores del blasón de la Casa de Berry. El oro del manuscrito produce un efecto resplandeciente que cautiva al lector a lo largo de todas sus páginas.
Se sabe también que el Duque concedió a los hermanos Limbourg el grado de autonomía que sólo una confianza absoluta en su talento podría permitir. La absoluta pasión que el Duque de Berry sentía hacia su trabajo, hizo que los tres artistas añadieran cinco ciclos de imágenes adicionales al códice.
No obstante, la influencia del mecenas se deja entrever en la temática escogida en cada miniatura. Muchas de ellas nos muestran escenas de estudio, educación y ciencia, que nunca antes habían sido representadas de este modo. Otro detalle que se refleja en un ciclo de cuatro miniaturas es la profunda devoción del duque hacia San Juan Bautista. Pese a todo, el vocabulario pictórico del manuscrito guarda ciertos secretos que todavía no se han revelado por completo.
Una ornamentación bella y cuidada para un mecenas culto y devoto
Cuando le hicieron entrega al Duque de Berry de Las Bellas Horas, quedó tan fascinado con la realización artística del manuscrito, que decidió encargar en el mismo taller un libro que fuera el más bello y personal de toda su biblioteca: “Las muy ricas horas del Duque de Berry”. El prestigioso taller de los hermanos Limburg fue el lugar donde se realizó el trabajo artístico de esta obra de arte, dotándola de una gran cantidad de miniaturas en colores vivos y abundante oro. Este suntuoso y famoso códice, es sin duda, por su calidad artística única, uno de los libros de horas más bellos.